Hoy volví al Ávila, un lugar que me gusta mucho. Extrañaba
sentir frío, incluso extrañaba la textura de un suéter, aquí en la ciudad uno
siente que se va deshaciendo con cada paso que da bajo el inclemente sol. Pisar
la montaña es sentir, aunque sea por unas horas, que todo está bien; que no
existe hambre, ni muerte, ni tragedias, sólo frío y varios artistas intentando
ganarse la vida. Por un momento, tu decisión más difícil es si comerte unas
fresas con crema o un chocolate caliente. Logras reírte inocentemente al ver a
tantos niños rodeando y persiguiendo algo tan sencillo como unas burbujas. Y
así, entre risas y regaños transcurrió una mañana -tarde linda y agradable.}
Lo deprimente empezó
cuando tocamos tierra (pues se accede por teleférico), ya que llevamos como
tres días buscando un botellón de agua y hoy, que por fin surtieron, no
logramos comprar. Lo irritante empieza cuando vas a un supermercado, mínimo, de
estos express, y la cola llega hasta el fondo del establecimiento, porque sólo
dos cajeros se encuentran laborando. Lo humillante llega cuando ves a tanta
gente desesperada, llamando familiares, para ver si a alguno le termina la
cédula en 0 o 1 porque llegó harina para esos números. La decadencia empieza
cuando compras 5 cosas y terminas pagando una tercera parte de la pensión.
Hoy recordé el gusto de una manzana. ¿Pero saben qué fue lo
increíble? Que tuve que pagar 5 mil bolívares por una fruta tan común, que mi
mamá y yo tardamos un bueeen rato en
comer, pues teníamos años sin probar una. Y sí, perfectamente puedo vivir sin
comerme una manzana, pero me gustaría que fuera porque yo lo decido y no porque
no puedo pagarla diario. Gracias.
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